Aprobación del PL 2159/21
El Proyecto de Ley 2159/21, conocido como el “PL de la Devastación”, que crea la Ley General de Licenciamiento Ambiental, fue aprobado el pasado miércoles (16) en la segunda etapa del sistema tripartito brasileño. La propuesta ahora se encamina hacia la sanción presidencial, con posibilidad de vetos. La votación, realizada en vísperas del receso parlamentario, de forma sigilosa y en sesión nocturna, expone una maniobra que no solo evidencia una crisis institucional, sino esencialmente una crisis sistémica: la barbarie capitalista pretende a toda costa eliminar físicamente las condiciones de resistencia y reorganización de los más vulnerables, instrumentalizando el caos climático –insostenible– como arma activa contra la naturaleza y, en consecuencia, contra la vida ya empobrecida y precarizada de la clase trabajadora.
El Congreso Nacional, bajo la presidencia de Hugo Motta (Republicanos) –así como en 2020, bajo las garras de Rodrigo Maia y del exministro bolsonarista Ricardo Salles– repite la práctica del “pasar el rastrillo”, aprobando agendas polémicas y nada triviales en momentos de baja vigilancia, cuando una cortina de humo cubre los debates sobre soberanía, tributación y polarización social.
La disputa narrativa e ideológica ha renovado sus tácticas de propaganda, incluso en los canales oficiales del gobierno, que mediante memes –sí, divertidos y con gran potencial de viralización, especialmente entre una juventud desencantada con la política institucional– logra fortalecerse, en alianza con artículos en la prensa internacional y pronunciamientos del presidente en cadena nacional de televisión, un canal de comunicación de masas hoy subutilizado. Es necesario estar alerta: a pesar del tono ligero y las bromas, el tema tratado debe abordarse con absoluta seriedad, pues redefine el rumbo del licenciamiento ambiental y facilita aún más el dominio de la burguesía sobre los recursos naturales y las áreas de protección ambiental.
El papel del gobierno y sus contradicciones
No existe vacío en la política, y el presidente Lula –mucho más que experimentado y ya con la mira puesta en las elecciones de 2026– aprovecha la ventana de oportunidad que le da un ligero aumento de popularidad, impulsado por el conflicto con el tarifazo de Trump. Sin embargo, en esencia, termina fortaleciendo el reformismo y un nacionalismo populista y vulgar. Ahora tiene en sus manos el poder de vetar partes del PL, una acción exigida correctamente por su base. Pero todo este circo y malabarismo no va a la raíz de los problemas contemporáneos del pueblo brasileño: el Marco Fiscal, o en buen portugués, el “Nuevo” Techo de Gastos, es un programa de ajuste y austeridad presentado por el propio gobierno, no por la oposición.
Agroindustria, el hijo mimado
En la cuestión agraria y ambiental, el gobierno mantiene un discurso supuestamente ecológico, pero en la práctica se alinea con los intereses del gran agronegocio. En 2024, se otorgaron R$21 mil millones en subsidios al sector agroquímico, verdaderos venenos que siguen recibiendo apoyo estatal. El Plan Nacional de Agroecología, lanzado con pompa, no trajo ninguna medida concreta para reducir el uso de pesticidas. El Plan Cosecha 2025/2026 batió un nuevo récord histórico, con R$594,4 mil millones en crédito rural, de los cuales la mayor parte (R$516,2 mil millones) fue destinada al agronegocio exportador, frente a apenas R$78,2 mil millones para la agricultura familiar. Después de más de dos años de gobierno, no se ha realizado ninguna expropiación, como denuncia el MST, que sigue con 72 mil familias en campamentos provisionales y 145.100 familias acampadas a la espera de un lote de tierra para cultivar, según el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA).
COP 30 y el discurso ambiental
También es inevitable vincular el PL del Retroceso Climático con la realidad ambiental del país que albergará la COP 30, una gran feria de negocios de la burguesía internacional, que continúa siendo ampliamente denunciada. Facilitar la devastación, en la práctica, desnuda la demagogia discursiva de los llamados progresistas, ya que permite actividades económicas de alto impacto ambiental sin un análisis riguroso de los riesgos, en un país que posee el 64% de la selva amazónica y que no es signatario, por ejemplo, del Acuerdo de Escazú, un tratado internacional que tiene como uno de sus puntos clave la protección de defensores ambientales en la región más peligrosa del mundo para quienes luchan por la naturaleza. Al final, la expansión de mercados y el lucro inmediato quedan para los ricos, mientras que el saldo negativo recae sobre el pueblo, afectando directamente a comunidades tradicionales urbanas y rurales, periféricas, indígenas, quilombolas y ribereñas.
¿Progreso para quién? Ecosocialismo: alternativa a la barbarie
El ecosocialismo plantea un horizonte donde la naturaleza no es un obstáculo para el progreso. El Capitalismo Verde –el maquillaje sustentable del capital– y sus gestores prometen, a cambio de la explotación infinita, empleos y mejorías para el pueblo. Un ejemplo de ello es la defensa de la arriesgada perforación de pozos petroleros en la desembocadura del río Amazonas, cuya viabilidad técnica ya fue rechazada por todas las entidades ambientales serias, incluso por organismos oficiales como el IBAMA.
Es importante reforzar que es un grave error tratar a la humanidad de forma aislada respecto a otras especies de fauna y flora. Debemos denunciar con fuerza consignas disfrazadas de desarrollismo y reparación, como “¡El petróleo es nuestro!”, proclamadas por el campo gobernista del movimiento estudiantil en el 60º Congreso de la Unión Nacional de Estudiantes (CONUNE), en presencia de Lula, con la justificación del retorno de las regalías del pre-sal para la Educación. La única consigna posible es: “¡Basta de combustibles fósiles y de explotación depredadora!”. No hay posibilidad de conciliación. Petrobras, la séptima petrolera más lucrativa del mundo, debe ser totalmente estatizada y su control debe ser popular. Es urgente una verdadera transición energética justa, no sentarse a negociar con gobiernos imperialistas para renovar acuerdos que nunca se cumplirán o planes lentos que, si se cumplen, llevarán 10, 30 o 50 años en alcanzar sus metas.
“En lugar de un sistema basado en la producción de valores de cambio –cosas para vender– proponemos una orientación basada en la producción de valores de uso –cosas socialmente necesarias. ¿Y quién decide lo que es socialmente útil? La mayoría de la clase trabajadora y del pueblo, empoderados económica y políticamente, expropiando a los capitalistas las principales fuentes de la economía y la política, elaborando una planificación democrática de la producción.”
(Fragmento del programa ¿Por qué somos ecosocialistas? del MST, sección de la LIS en Argentina).
¡Debemos tomar las calles en defensa del presente, no ya del futuro, porque la catástrofe climática ya comenzó! Apostar por la unidad de las organizaciones revolucionarias es la tarea del momento, disputando también políticamente la lucha contra el “ONGuismo”, que bajo direcciones entreguistas y subordinadas a la financiación externa, se alían “independientemente del espectro ideológico” con nuestros verdugos; canallas que reparten migajas con una mano y con la otra apuñalan la posibilidad de una vida sostenible en el planeta.
¡Ecosocialismo o extinción!
Por Rafael Pereira – de la Dirección Nacional de la Revolución Socialista