“El verdadero poder económico sabe que este modelo económico se cae. Y por eso estoy presa. Pueden encerrarme a mí, pero no van a poder encerrar a todo el pueblo argentino. Yo estoy aquí presa sin siquiera poder salir al balcón. Menos mal que no tengo macetas con plantas porque no las podría regar. No me dejaron competir porque saben que pierden”, dijo ayer en un mensaje grabado destinado a los cientos de miles de seguidores que se hicieron presentes en Plaza de Mayo en el acto organizado por todos los sectores del Partido Justicialista para pedir la “libertad” de la expresidenta que, justamente ayer, comenzó a cumplir su condena, bajo la modalidad “prisión domiciliaria”.
Toda la épica que necesitaba la militancia kirchnerista para tener una razón de ser y como factor movilizador, como fue en otras ocasiones el “vamos por todo” a través de las luchas desmedidas contra “el campo”; “los medios hegemónicos”, “la derecha”, “el poder concentrado”, la construcción de la “patria grande”, entre tantas batallas que dio el kirchnerismo. Muchas, sin resultados positivos para la sociedad. Ayer volvieron a marchar con felicidad, porque encontraron un nuevo enemigo: “el poder económico concentrado que encarceló a la Jefa”. El tiempo dirá si este pico de euforia kirchnerista alcanza para comenzar a desandar un camino que los devuelva al poder. Pero no todo depende de ellos, su suerte está atada al éxito económico mileísta que, según Cristina, será un fracaso inminente.
Con otras consignas, otras herramientas y otra ideología, Javier Milei parecería encarnar la cara opuesta al kirchnerismo, y lo es en muchos aspectos, el económico sin dudas. Pero parece mirarse en el mismo espejo en cuanto al desprecio por la calidad institucional, el respeto por el otro, la convivencia cívica, el uso y abuso del poder político para atacar y desprestigiar a los opositores. Otros objetivos, pero los mismos modos. Y, muchas veces, tan o más peligrosos que los esgrimidos por sus archirrivales kirchneristas. El destrato verbal, insultante, agraviante que le da el propio Milei -ni hablar de sus “espadas libertarias” en las redes sociales- a los opositores, economistas críticos, periodistas independientes, entre otros, solo se vio tan crudamente, y de igual manera, durante los años kirchneristas. Si bien es cierto que Cristina cuestionó a la prensa pero jamás llamó y convocó a odiar a los periodistas con nombre y apellido desde una tribuna. Lo mandaban a hacer cuando los escrachaban impunemente en los medios públicos y en el Fútbol Para Todos. Sí lo hacía contra las empresas de medios de comunicación. La expresidenta fue durísima contra la oposición que le disputó, hasta ganarle, el poder político, pero no utilizaba los insultos que caracterizan los desmedidos embates, pocos compatibles con la sana convivencia democrática, que suele esgrimir Milei.
Tan distintos, pero tan parecidos, ninguno de los dos se siente solo parte de la democracia, sino que ambos creen que son los dueños del sistema, al que, sin embargo, tratan de una manera tan poco republicana.
En los últimos días, y debido al arresto de Cristina Kirchner, los argentinos volvieron a sentir que los polos populistas y despóticos volvieron a tomar distancia de un modo que vuelven a dividir a la sociedad a través de la herramienta que mejor conocen: el odio. Y nada bueno puede salir de todo eso, porque se empecinan más en construir aborrecimiento sobre el otro que en lugar de convencer con sus propias ideas. Y esto tiene un costo. En las últimas horas se vieron hechos vandálicos que tuvieron como víctimas a distintos periodistas, a Jony Viale, Guadalupe Vázquez, Gustavo Noriega, Luis Novaresio, entre otros, vandalizaron siete comités radicales, y también la casa del diputado José Luis Espert, al que le llenaron de excremento de animal su puerta. Un hecho repudiable desde todo punto de vista y que merece ser investigado y castigado, que muestra que muchos militantes kirchneristas se siguen autoproclamando dueños de la verdad y que son capaces de amedrentar y violentar el domicilio particular de alguien que no piensa como ellos. Pero – y por favor que no se confunda esta expresión con una justificación que bajo ningún punto de vista se intenta hacer- tampoco puede un diputado nacional prometer en forma reiterada “bala” porque le rinde en su campaña bonaerense. No es el modo. O insultar en una conferencia a la hija de una expresidenta -hecho que recibió el repudio hasta de la misma Universidad Católica donde se desarrolló el evento-. Resaltamos al propio Presidente como a funcionarios destacados como el propio Espert, Lilia Limoine, Nahuel Sotelo o el asesor estrella, Agustín Laje, porque son personas que tienen una responsabilidad institucional que deben honrar y no desprestigiar opinando como “barrabravas”, y no nos detenemos en las expresiones de los reconocidos tuiteros, turbadores útiles de la necesidad política, que son amplificados por el mismo Presidente o que suelen concurrir como “opinólogos” a distintos programas de TV -realmente cuesta entender cuáles son sus virtudes o conocimiento formativo- para insultar de modo desmedido a cualquiera que critique al gobierno con términos agraviantes como: “mogólico” (debería existir una penalidad para quien utiliza ese término como un insulto) “mandril”; “marrones”; “paqueros”, “enfermos mentales” y “ex presos”, estos últimos para definir a los manifestantes que ayer fueron a Plaza de Mayo.
A los militantes kirchneristas y libertarios los une un común denominador, la violencia verbal, sin límites. Ayer detuvieron a un militante peronista que iba de Ezeiza a Plaza de Mayo por decir en un móvil de TV “vamos a matar a Milei” y de proferirle varios insultos. Acción correcta y rápida de las fuerzas de seguridad, que debería actuar de la misma manera en los actos libertarios donde no se escuchan propuestas sino solo insultos y amenazas. Todo esto en el marco de la presentación de una Resolución del PEN que autoriza a la Policía Federal a realizar seguimientos, requisas e investigaciones en las redes sociales sin orden de un juez, algo que muchos juristas prestigiosos consideran inconstitucional. No vale callar mientras esto sucede, no se puede cercenar derechos cívicos porque así también se alimenta la violencia social.
Nadie baja un cambio, al contrario, si los propios dirigentes líderes de ambos espacios: Milei Y Cristina Kirchner, alientan este tipo de comportamientos, la escalada puede pasar de ser molesta y atemorizante a grave y violenta. Argentina tiene una historia reciente donde mirarse, 50 años es poco tiempo en la historia política de un país como para desterrar comportamientos reprensibles.
Años atrás, en un acto doctrinario en el Club Ferro Carril Oeste, Cristina Kirchner ponía en duda la división de poderes de un sistema republicano con estas palabras: “Esta división entre Poder Judicial, Poder Legislativo y Poder Ejecutivo data de 1789, de la Revolución francesa. De allí surge esta idea de la división de poderes, uno de los cuales además es vitalicio, que es el Poder Judicial, rémora de la monarquía. Quiere decir que estamos con el mismo sistema de gobierno de cuando no existía la luz eléctrica o el auto. ¿A alguien se le ocurriría hoy sacar una muela o hacer una operación de apéndice, supongo que no, con los métodos de 1789?”. Por su parte, durante la última campaña presidencial, Javier Milei no supo o no quiso responder si creía en el sistema democrático, su afinidad ideológica al anarcocapitalismo lo aleja de creer en una República bien consustanciada, con un estado administrador de lo público.
Está claro que, con diferencias, ninguno de los dos cree totalmente en la pureza del sistema republicano. De este modo, y con esos antecedentes, si ambos sectores siguen tirando de la cuerda, se debilita la democracia. La baja concurrencia electoral seguirá creciendo, la apatía y el desánimo terminarán ganando. No habrá triunfadores de fondo ante un escenario así. No habrá “derechos” ni “déficit cero” que convenza a una buena parte de los argentinos de que el sistema democrático se puede fortalecer cuando los dos sectores que pugnan por el poder que el mismo otorga no creen en que el mayor éxito está en vigorizar con virtudes cívicas el camino adoptado hace 42 años.
En este escenario aparece un sector de la sociedad carente de oferta republicana, que no toma partido entre los polos de atracción que dominan el escenario político. Esa parte de la sociedad es la que cree en valores republicanos y en la convivencia cívica, son los mismos que Cristina denostó llamándolos “republicanos de morondanga” y Javier Milei tildó de “ñoños republicanos”. De no encontrar donde depositar su confianza ciudadana, que alguna vez tuvieron los radicales y sus espacios nacidos allí, como la Coalición Cívica, y últimamente representó Mauricio Macri (pero que también desencantó a sus seguidores aliándose con Milei), esta porción del electorado terminará bajándose del ring, desinteresada de la pelea electoral en un país que parece no querer compartir con ella la conversación pública. El populismo, con líderes imbuidos en ínfulas autocráticas, seguirá siendo, con distintos matices, la alternativa mayoritaria que seguirá alimentando las ganas de descreer en el sistema que mejor nos representa.
Ya lo dijo el expresidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt: “Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia”. Allí se resume todo.