La gran locura del Loco: cuando Gatti jugó de delantero en Boca

No hay manera racional de dimensionarlo por estos días: un arquero ya convertido en mito, suplente en un amistoso de una gira internacional, entra a jugar como centrodelantero. Ocurrió en Boca y quedó grabado en la historia como una de las locuras más recordadas del Loco Hugo Orlando Gatti.

El suceso tuvo lugar en medio de una de las mayores crisis que se recuerden del Xeneize. La Bombonera había estado clausurada, con riesgo de remate. El club había estado al borde de la desaparición, con una convocatoria de acreedores y hasta con una solicitud de intervención. Los jugadores no cobraban. Había que disputar amistosos para juntar el mango. Boca, en pocas palabras, era un gigante derrumbado, un monstruo mundial que había tocado fondo.

Gatti, de frente al arco. (Archivo El Gráfico)

En aquel contexto, tan adverso como inimaginable en el presente, actuó en diez amistosos en el marco de una gira por Europa, donde pasó por Francia, Grecia, Italia y España -incluyó la Copa Joan Gamper en la que cayó 9-1 ante Barcelona, y luego por Norteamérica, región en la que cerró su periplo en los Estados Unidos. El epílogo de la aventura no tuvo el mejor desarrollo organizativo: el plantel arribó a Los Angeles y debió viajar en micro hacia Fresno, en pleno verano californiano con temperaturas que llegaron a los 40 grados centígrados.

Los jugadores no tenían comida ni hotel, por lo que algunos incluso debieron dormir arriba de autos, en un playón de estacionamiento, y comer los llamados hot dogs -sánguches de salchicha-, hasta que un intermediario mexicano les consiguió unas catorce habitaciones en el Airport Park, según contó la crónica de la revista El Gráfico. En Boca se contaban las monedas: los futbolistas salieron a jugar el compromiso para el que se dirigieron a Fresno en un estadio vacío para cobrar menos de 300 dólares cada uno.

El entorno y las circunstancias de aquel partido ante Atlas de México, disputado el 17 de septiembre de 1984 en aquella localidad ubicada en el interior en la zona agrícola del Valle de San Joaquín, resultarían infrecuentes para cualquier interlocutor que intentara comprender la historia con el prisma de estos tiempos. El campo de juego era de fútbol americano: con dimensiones más chicas y arcos diferentes . No había gente, apenas unos escasos espectadores. No había bancos de suplentes. El calor resultaba agobiante. Y el plantel xeneize, entre lesionados y exhaustos hacia el ocaso de la gira, llegaba a contar apenas unos quince jugadores. 

Después de un mes de periplo Boca salió a la cancha con la siguiente formación: Julio César Balerio; Roberto Passucci, Mario Alberto, Roberto Mouzo, Carlos Córdoba; Iván Stafuza, Pablo Segovia, Juan Manuel Sotelo; Omar Porté, Fernando Morena y Carlos Mendoza. En un compromiso sin grandes sobresaltos, con el Xeneize 1-0 arriba en el marcador gracias al gol de Morena a los 28 minutos. El técnico brasileño Dino Sani, campeón del mundo como jugador de la Verdeamarela en Suecia 1958, haría tres cambios en el entretiempo: extenuados por las duras condiciones climáticas y el trajín de la gira, saldrían Mendoza, Passucci y Sotelo, mientras que entrarían Luis AbdenevePablo Matabós y José Berta. Ya no quedarían demasiadas opciones para hacer modificaciones en el complemento.

Cuando promediaba el segundo tiempo sucedió lo que se esperaba: Berta, con pocos minutos en el campo, pidió el cambio y debió salir lesionado. «Aguantá que no tenemos a nadie…», soltó el entrenador. Sin opciones aparentes, entonces, miró al Loco Gatti y le preguntó si quería entrar. El mítico arquero, que ya había ganado dos Copas Libertadores y una Intercontinental con la camiseta azul y oro, estaba en short y chinelas, y tomaba sol como si fuera un turista. Entonces fue a cambiarse: se adueñó la casaca número 14, la única que quedaba disponible, y se paró como centrodelantero durante los 17 minutos restantes.

Atentos, troncos

Sin el habitual buzo de arquero que lo distinguía, Gatti entró al campo de juego y, según contaron, soltó una frase para el recuerdo: «Atentos, troncos, que llegó el maestro». El Loco, de delantero, se ubicó en el frente de ataque junto con Porté y Morena. Y le dijo al propio Porté: «Omar, tirame buenos centros y mirá lo que hago. Vas a ver cómo se juega al fútbol».

Con un gran olfato de ariete llegó a meter algún pique y se metió en el área en una constante búsqueda del gol. A poco del final del partido tuvo una situación clarísima: Carlos Mendoza decidió definir de manera personal en una jugada que lo tenía a Gatti en soledad frente al arco.

En ningún momento Gatti llegó a dudar: jugaría de punta porque ya lo había hecho. El hombre que le había dado la primera Copa Libertadores a Boca el 14 de septiembre de 1977 ante Cruzeiro, tras contenerle aquel emblemático y último penal a Vanderlei, ya había jugado como atacante en agosto de 1976. Aquel antecedente había tenido lugar contra Platense, en la Bombonera, en un partido que representó los festejos tras la conquista del Torneo Metropolitano de ese mismo año.

El partido ante Atlas, años después, enmarcaría una coyuntura diferente: con Boca en crisis, diezmado deportiva y económicamente, y sin jugadores disponibles para entrar en posiciones de ataque. Por eso Gatti, quien ya tenía su estrado reservado para el resto de los tiempos, agrandaría su leyenda con una presencia inusual. Boca ganó 2-1 y el Loco no hizo hizo goles, pero se llevaría un trofeo más para su colección de locuras.

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